jueves, 2 de abril de 2015

22 M un año después




A punto está de cumplirse el aniversario de la "histórica" marcha de la "dignidad" que juntó en las calles de Madrid a un millón, o dos, según fuentes, de gente procedentes de diversos puntos geográficos del resto del estado. Aquella marcha se vendió, por parte de quienes la organizaron, como la "madre" de todas las "manis", la "refinitiva" la que haría torcer el curso de la historia contemporánea, porque "la situación había llegado a un límite insostenible". 

En las pancartas se pedía pan, trabajo, techo y dignidad, las tres primeras demandas, por ser materiales, pueden o no, según pareceres y opiniones, ser pedidas, mendigadas, suplicadas, solicitadas, demandadas,  etc ¿pero la dignidad? ¿cómo puede pedirse la dignidad a alguien que no sea a uno mismo? y no solo eso sino ¿cómo puede pedirse a unos gobernantes indignos que desconocen concienzudamente  el significado de la palabra dignidad, que te la otorguen? 

La manifestación fue un éxito rotundo de público, un lleno hasta la bandera (muchas, por cierto ondearon en ese día) me contaron quienes allí estuvieron cómo una anciana al paso de la llamada "columna sur" desplegó en su balcón una verdiblanca y fue ese un momento de intensa emoción para los andaluces que desfilaban tras las pancartas demandantes de "dignidad". 

Finalizó con unas escaramuzas entre ciertos manifestantes y la policía, escena que amenizó los telediarios de la jornada. 

Un año después hacemos balance, pocos lo hacemos, de las posibles "victorias" de las reivindicaciones de aquel señalado día, y encontramos que en lo referente al pan, las colas para pedirlo en centros de caridad se han triplicado, en lo que respecta al techo, los desahucios aumentaron, el trabajo continúa siendo desempleo y precariedad, eso por no mencionar la "dignidad" asunto de todo punto de vista de más complejo abordaje.

Pero aquella manifestación estaba llamada a hacer una raya en el agua, y en cuanto a juntar multitudes pocas la han superado, sin embargo un año después resulta arduo para sus convocantes destacar siquiera la más pírrica victoria, no obstante, inasequibles al desaliento, siguen jaleando las mismas consignas por los megáfonos y siguen encontrando miles de fieles seguidores que este próximo sábado volverán a repetir mani histórica de las que marcan un antes y un después, una más, "una más y las que hagan falta" dice un afanado demandante de dignidad, hasta que, suponemos, el 22 de marzo sea declarado día institucional de algo, o incluso festivo, quien sabe, todo será insistir con la suficiente perseverancia.

Alguien ha dicho que en la sociedad del espectáculo, la reivindicación forma parte del ocio. Si preguntamos a los asistentes a la citada manifestación todos coinciden en una respuesta "fue muy emocionante". No lo dudamos, la emoción está presente cuando se corean las mismas consignas -si no que se lo pregunten a los hinchas de cualquier equipo de fútbol-, cuando se forma parte de un escenario donde es llevada a cabo una representación, aunque el papel en la obra no sea de protagonista  estelar de megáfono y cabecera, sino de figurante a lo superproducción cinematográfica de antaño, unos miles que abarrotan un plano, que discurren por toda una secuencia. 

Y no, las emociones no nos suscitan desdén, forman parte de lo humano, lo que sí nos da un poco de repelús es la "pura" emoción, o mejor dicho, la emoción exenta de reflexión, que es la forma de sentir del humano "occidental-desarrollado" de hoy, que está presente en los espectáculos de masas, macroconciertos, eventos deportivos, industria del entretenimiento en todas sus ramificaciones, virtuales o presenciales, y que mueve a las multitudes de la modernidad en un trasiego adoctrinador que anula las capacidades reflexivas individuales y que suscita inquietud en quienes en ello reparamos.

La filósofa Hanna Arendt, al ser preguntada por los orígenes del totalitarismo en la Europa de entreguerras que de tan cerca vivió (siendo judía tuvo que huir de la alemania nazi) respondía que entre otras causas, la adhesión de las masas a los totalitarismos (sin hacer distinción entre si éstos son de un signo o de otro) se debe a la nulificación reflexiva del individuo que se hace un todo con el grupo renunciando a la reflexión interior desde su propio yo. 

Habrá quien piense que estamos exagerando, total por unas manifestaciones cuyas causas al fin y al cabo pueden calificarse de justas, quién quiere que la gente pase hambre, no tenga casa, no pueda sufragar los gastos básicos de supervivencia, ningún desalmado apostaría por ello, es justo rebelarse ante la injusticia, ¿pero es rebelarse trasegar con pancartas, banderas y megáfonos, que una vez replegadas, guardadas y conservadas hasta la siguiente convocatoria, duermen el sueño de la doctrina y la consigna? Despertar de una vez sí que sería un gran triunfo.

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