A punto está de cumplirse el aniversario de la
"histórica" marcha de la "dignidad" que juntó en las calles
de Madrid a un millón, o dos, según fuentes, de gente procedentes de diversos
puntos geográficos del resto del estado. Aquella marcha se vendió, por parte de
quienes la organizaron, como la "madre" de todas las "manis",
la "refinitiva" la que haría torcer el curso de la historia
contemporánea, porque "la situación había llegado a un límite
insostenible".
En las pancartas se pedía pan, trabajo, techo y dignidad,
las tres primeras demandas, por ser materiales, pueden o no, según pareceres y
opiniones, ser pedidas, mendigadas, suplicadas, solicitadas, demandadas, etc ¿pero la dignidad? ¿cómo puede pedirse la
dignidad a alguien que no sea a uno mismo? y no solo eso sino ¿cómo puede
pedirse a unos gobernantes indignos que desconocen concienzudamente el significado de la palabra dignidad, que te
la otorguen?
La manifestación fue un éxito rotundo de público, un lleno
hasta la bandera (muchas, por cierto ondearon en ese día) me contaron quienes
allí estuvieron cómo una anciana al paso de la llamada "columna sur"
desplegó en su balcón una verdiblanca y fue ese un momento de intensa emoción
para los andaluces que desfilaban tras las pancartas demandantes de
"dignidad".
Finalizó con unas escaramuzas entre ciertos manifestantes y la
policía, escena que amenizó los telediarios de la jornada.
Un año después hacemos balance, pocos lo hacemos, de las
posibles "victorias" de las reivindicaciones de aquel señalado día, y
encontramos que en lo referente al pan, las colas para pedirlo en centros de caridad
se han triplicado, en lo que respecta al techo, los desahucios aumentaron, el
trabajo continúa siendo desempleo y precariedad, eso por no mencionar la
"dignidad" asunto de todo punto de vista de más complejo abordaje.
Pero aquella manifestación estaba llamada a hacer una raya en
el agua, y en cuanto a juntar multitudes pocas la han superado, sin embargo un año
después resulta arduo para sus convocantes destacar siquiera la más pírrica
victoria, no obstante, inasequibles al desaliento, siguen jaleando las mismas
consignas por los megáfonos y siguen encontrando miles de fieles seguidores que
este próximo sábado volverán a repetir mani histórica de las que marcan un
antes y un después, una más, "una más y las que hagan falta" dice un
afanado demandante de dignidad, hasta que, suponemos, el 22 de marzo sea
declarado día institucional de algo, o incluso festivo, quien sabe, todo será
insistir con la suficiente perseverancia.
Alguien ha dicho que en la sociedad del espectáculo, la
reivindicación forma parte del ocio. Si preguntamos a los asistentes a la
citada manifestación todos coinciden en una respuesta "fue muy
emocionante". No lo dudamos, la emoción está presente cuando se corean las
mismas consignas -si no que se lo pregunten a los hinchas de cualquier equipo de
fútbol-, cuando se forma parte de un escenario donde es llevada a cabo una
representación, aunque el papel en la obra no sea de protagonista estelar de megáfono y cabecera, sino de
figurante a lo superproducción cinematográfica de antaño, unos miles que
abarrotan un plano, que discurren por toda una secuencia.
Y no, las emociones no nos suscitan desdén, forman parte de lo
humano, lo que sí nos da un poco de repelús es la "pura" emoción, o
mejor dicho, la emoción exenta de reflexión, que es la forma de sentir del
humano "occidental-desarrollado" de hoy, que está presente en los
espectáculos de masas, macroconciertos, eventos deportivos, industria del
entretenimiento en todas sus ramificaciones, virtuales o presenciales, y que
mueve a las multitudes de la modernidad en un trasiego adoctrinador que anula
las capacidades reflexivas individuales y que suscita inquietud en quienes en
ello reparamos.
La filósofa Hanna Arendt, al ser preguntada por los orígenes
del totalitarismo en la Europa de entreguerras que de tan cerca vivió (siendo
judía tuvo que huir de la alemania nazi) respondía que entre otras causas, la
adhesión de las masas a los totalitarismos (sin hacer distinción entre si éstos
son de un signo o de otro) se debe a la nulificación reflexiva del individuo
que se hace un todo con el grupo renunciando a la reflexión interior desde su
propio yo.
Habrá quien piense que estamos exagerando, total por unas
manifestaciones cuyas causas al fin y al cabo pueden calificarse de justas, quién
quiere que la gente pase hambre, no tenga casa, no pueda sufragar los gastos
básicos de supervivencia, ningún desalmado apostaría por ello, es justo
rebelarse ante la injusticia, ¿pero es rebelarse trasegar con pancartas,
banderas y megáfonos, que una vez replegadas, guardadas y conservadas hasta la
siguiente convocatoria, duermen el sueño de la doctrina y la consigna?
Despertar de una vez sí que sería un gran triunfo.
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